Walter Benjamin

El filósofo en una fotografía personal
Fernando Castro Flórez, Madrid
10.12.2010

Walter Benjamin es uno de los filósofos más influyentes de la contemporaneidad. El Círculo de BB. AA. y la Fundación Luis Seoane materializan su pensamiento en una cita imprescindible

La sugerencia benjaminiana de que es más difícil aprender a perderse en una ciudad que encontrar la forma de llegar a un destino fijado se ha materializado con frecuencia en la tendencia a citar al autor de La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica para cualquier cosa sin necesidad de haber realizado el mínimo proceso de lectura. Daba la impresión de que el «triunfo» tardío de Benjamin era la típica institucionalización que apenas camufla el olvido craso. A pesar de la museofilia (la pulsión cultural momificadora), la dispersión o fragmentariedad de su pensamiento ofrecía indudable resistencia. Aunque algunos pretendan reducir a este crítico de brillantez extraordinaria a un conjunto mínimo de «consignas», sus textos (disponibles en la magnífica edición de las obras completas que está publicando la editorial Abada), tienen una cualidad laberíntica, plagados de sugerencias, y así nos ofrecen múltiples recorridos.
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La exposición que organiza el Círculo de Bellas Artes ofrece tres materiales extraordinarios: los programas radiofónicos de Benjamin, un atlas en cd-rom de conceptos y una película que supone una completa materialización del proyecto «pensar en imágenes». Además se ha editado el volumen “Archivos de Walter Benjamin”, donde, entre otras cosas, se recogen postales, esquemas de trabajo o cuadernos de viaje del pensador.
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Cuando la técnica destruyó el aura
Lejos de la habitual necrofilia o taxidermia que convierte la exposición de un escritor en un conjunto de vitrinas donde se «santifica» una escritura transformada en algo ilegible, Cesar Rendueles y Ana Useros –comisarios de la muestra benjaminiana– junto a Juan Barja, h.an realizado un trabajo titánico sencillamente extraordinario.
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Principalmente porque han comprendido que era posible y deseable otra forma de exhibir un pensamiento poliédrico, tomando en serio la idea de Benjamin de que la técnica destruiría radicalmente el aura (la d.imensión cultual del arte) para situar lo político como fundamento.

Si en Dirección única indicaba que el libro es «una anticuada mediación entre dos sistemas de ficheros», ahora, en el despliegue planetario de la cibernética, las constelaciones que Benjamin trazó siguen teniendo eficacia para pensar lo que nos pasa. Su genealogía de la modernidad –que le llevó del drama barroco, a revisar el concepto de crítica del romanticismo, y especialmente a reconstruir París desde la flanerie baudeleriana, o a la organización del pesimismo propia de los surrealistas– nos desafía a encontrar las claves del presente teñido de impotencia crítica y banalidad estetizada. .
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La cita recoge los programas de radio del filósofo,
un atlas en cd-rom de conceptos y una película .
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La comprensión benjaminiana del cine como una reflexión especular sobre nuestra identidad móvil habla de nuestra ansiedad, del extravío que constituye nuestro destino. Hay una liberación de un mundo sin esperanza, pero entregado a lo que supera la evanescencia de las vida anónimas, enmudecidas en su esterilidad. «Parecía que nuestros bares, nuestras oficinas, nuestras viviendas amuebladas, nuestras estaciones y fábricas nos aprisionan sin esperanza. Entonces vino el cine, y, con la dinamita de sus décimas de segundo, hizo saltar ese mundo carcelario. Y ahora emprendemos entre sus dispersos escombros viajes de aventuras».
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Una atmósfera romántica rodea esta visión del espectador entregado a los ensueños como un aventurero; um agente del descontento que recorre un mundo plagado de símbolos que se hacen transparentes para él. Es la mirada del ángel que hace crecer las ruinas hasta el cielo: perplejo por una catástrofe que sospecha irreparable. La forma de la integración de esos mecanismos que nos acercan al inconsciente óptico es la de una compleja distracción que intensifica los reconocimientos sucesivos, a la vez que sitúa al que contempla como un excluido del paraíso, un marginado que es, por vez primera, partícipe de lo artístico en un sentido anteriormente desconocido.
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Un progreso en ruinas
La película “Walter Benjamin. Constelaciones”, que podemos ver en la Sala Minerva del Círculo, se estructura en una serie de capítulos («Iluminación profana», «Ciudad», «Pasajes», «Reproductibilidad técnica», «El autor como productor» y «Tesis sobre filosofía de la Historia»), con un montaje de infinidad de fragmentos de películas, desde Le Tempestaire, de Jean Epstein, a Octubre, de Eisenstein ; de El hombre de la cámara, de Dziga Vertov, a Entreacto, de René Clair; de Amanecer, de Murnau, a Noticiario de cine-club, de Ernesto Giménez Caballero, sin renunciar a la apoteosis nazi de El triunfo de la voluntad, dirigida por Leni Riefensthal . .
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No faltan las fotografías de Atget, el Atlas de Warburg o Aire de París, de Duchamp. Hacia el final de esta lúcida reflexión (en la estela del ABC de la Guerra, de Brecht, y cercana a las Histories du cinema, de Godard) aparece el cuadro de Klee Angelus Novus. Los comisarios han comprendido que era posible otra forma de exhibir un pensamiento poliédrico .
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Sabemos que esa tempestad que llamamos progreso no ha dejado de acumular ruinas, y que tenemos, como advirtiera Didi-Huberman, imágenes pese a todo, ya sean aquellas fotos tomadas por un fotógrafo anónimo desde una cámara de gas de Auschwitz o individuos, atrapados por la cámara de Richard Drew, «volando» en Manhattan. La crisis de las formas de representación se muestra, según indica Benjamin en su ensayo “El narrador”, como un proceso de secularización en el que se eclipsa el aspecto épico de la verdad. .
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Frente a la narración que viene de lejos, la información se sirve de lo más próximo; sabe que ya no hay historias memorables. Como señaló Lukács, la novela es la forma trascendental de lo apátrida. Los contemporáneos ni siquiera tienen la esperanza de calentar su vida helada al fuego de una muerte que se ofrece a la levedad de la lectura. Los acontecimientos que nos mantienen entretenidos son una metamorfosis de la pirotecnia. Ojalá las constelaciones benjaminianas consiguieran despertar a la sociedad narcolépsica, esa multitud que aceptó, sin ansiedad, la neurastenia porque estaba ya políticamente disuadida. Aprender a perderse en el Atlas de Benjamin supone trazar una línea de resistencia.
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